¡Saint Seiya!
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Death is inevitable —Pain just stopped being optional | ID.

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Mensaje por Invitado Lun Jul 25, 2016 3:00 am

Kyrios Aristonikos
"Mi reino son las cenizas; mis súbditos las sombras, y todos ustedes mis huéspedes. Osados son aquellos que creen que este mundo les pertenece; inocentes quienes viven ajenos al pulso de muerte, e insensatos quienes creen pueden desafiarme o detener lo inevitable. Este banquete recién comienza."

● Nombre: Kyrios.
● Apellido: Aristonikos.
● Edad: 32 años.
● Grupo: Dioses.
● Clase: Dios.
● Armadura: Thanatos.
● Género: Masculino.
● Orientación Sexual: Heterosexual.
● Nacionalidad: Griego.
● Ocupación: Dios de la Muerte.


―Personalidad



¿Cómo comenzar a describir a aquel de tibios ojos, de socarrona sonrisa y elegante porte? Normalmente, encasillar a una persona dentro de un único adjetivo resulta apenas una descripción superflua, algo inverosímil que apenas rasga la superficie de lo que en verdad representa una persona. Pero, si el intento fuese hecho, incluso sabiendo su poca validez, el adjetivo a usar para describirlo, sin lugar a dudas, sería el de «misterioso».

Toda su personalidad se esboza como una conjunción de diversos matices que, aunque contradictorios entre sí, parecen complementarse dentro de su consciente para hacer de él un individuo notable, particular, único: muchos son los adjetivos que podrían usarse para referirse a tal entidad, pero pocos son aquellos que le hagan entera justicia a lo que representa. Pues, para entender a una persona semejante, no resulta suficiente el entender cómo piensa: es necesario un análisis más profundo, no sobre él, sino sobre los conceptos en los que basa su vida.

Un lobo en piel de cordero, un hombre de mil caras. Una entidad inescrupulosa, sádica, que ha perdido toda noción de límite social; alguien cuya voz interior se ha mantenido callada durante más tiempo del que está dispuesto a recordar, cuyo único sentido moral ha muerto para dar lugar al vicio y al pecado, a la insaciable necesidad de poseerlo todo, de superar cuanto obstáculo se le presente. Una persona peligrosa, inteligente, que conoce los métodos para imponer su voluntad sobre la ajena, y está dispuesto a todo para alcanzar su objetivo: desea recorrer un camino trazado por él, y sus pasos ya están manchados de sangre. Una persona que no malgasta el tiempo en inutilidades, ya sea en práctica o teoría, manteniéndose aferrado a la ley de causa y efecto, de pérdida y ganancia. Crudo, directo, con una lengua tan filosa como una espada, tan punzante como una daga. Un mentiroso sin igual, manipulador, que sabe mantener las apariencias en cuanto le sea conveniente.

Se muestra como una persona ajena a todo problema, un desinterés que se extiende a todo asunto que no le concierna o afecte directamente. Pocas son sus intenciones de intervenir en batallas ajenas, y aún menos los motivos que lo llevan a entrometerse en cuestiones que no le sean propias; normalmente, cualquier acción o inacción de este sujeto viene acompañada de algún beneficio para su persona. No se trata de alguien que haría favores; la caridad es apenas un concepto olvidado para él, considerándola una simple excusa mundana para evitar caer en la noción de que todo, al final del día, se basa en ser egoísta, que la supremacía y la supervivencia misma se basan en conceptos tan simples como en asesinar o ser asesinado, en tomar lo que se pueda y sacrificar lo necesario para mantenerse en la cima.

Lo peor de todo resulta su afán por la muerte, y la satisfacción que encuentra en el hecho de ponerse frente a una buena presa, alguien digno de su interés y su esfuerzo; su vena más sádica palpita ante la adrenalina de una batalla digna de sí mismo y la sensación del correr de la sangre, tanto ajena como propia. Para él, la muerte resulta apenas un trámite, un inevitable final para vidas que no merecen ser vividas. 

Para una persona semejante, la vida es apenas un lapso efímero, minúsculo, insignificante; los plazos vitales, para alguien como él, carecen de objetivo o sentido alguno. ¿Qué razón tiene la Vida, si no es para servir a la Muerte? Grandes son sus convicciones, e inexistente la misericordia que este monstruoso hombre presenta. No hay en él remordimiento, y no cabe en su mente duda alguna a la hora de desechar cualquier eslabón que le sea inútil conservar. Es una vil serpiente, una con una hermosa sonrisa y con una labia impresionante, capaz de derribar la más grande de las defensas y ablandar el corazón más duro, solamente con la intención de tenerlo a la distancia justa para apuñalarlo, en caso de ser necesario.

Sin embargo, y continuando con la dicotomía ya planteada, resulta notable el hecho de que tan violento personaje sea capaz de mantener una faceta tan apacible. Sus ojos esbozan un tenue brillo, cálido incluso para el desconcertado espectador, y su sonrisa resulta atrayente, casi hipnótica, seductora: una sutil influencia que invita a la sumisión, a la dependencia, al abandono de la propia capacidad de raciocinio; un mortal abrazo etéreo capaz de quebrantar los espíritus de los más fuertes, de los más nobles, o de engatusar a los más sabios, haciendo de sus intenciones un misterio incluso ante el ojo más analítico.

Su existencia se remite únicamente a la culminación de un ideal; todo su ser se erige como un emblema, una bandera correspondiente a una patria perdida en la historia, deseosa de renacer en la actualidad. Heredero de una voluntad extinta, su corazón late una sangre espesa, más oscura, corrupta por sus malévolas maquinaciones y nefastos deseos de supremacía. No se considera capaz de poseer verdaderos amigos, habiendo perdido ya la capacidad de confiar plenamente en otro ser viviente; sus únicas relaciones son aquellas de beneficio, amistades vacías de las cuales considera puede aprovecharse. El concepto de camaradería se ha perdido en lo más profundo de su mente, dormitando en el sueño de la traición y la desesperanza.

Un erudito, bañado en el conocimiento de la vida y la muerte. Analítico, aunque impregnado por aquel veneno emocional capaz de destruir al más recto de los hombres: es imposible obviar aquellas situaciones donde sus instintos, a veces más poderosos que la razón, han tomado la guía de sus acciones, resultando en el más grande de los desastres. Pero, sin importar en medio de qué dilema se encuentre, en qué problema esté metido, siempre ha sabido encontrar una solución que lo dejase bien parado; su más grande característica resulta saber defenderse y adaptarse, estar preparado ante todo posible desenlace. Es merecedor de aquella confianza intrínseca en sí mismo, de aquella sutil arrogancia de la que suele jactarse.

Suya es la rima y la prosa, una capacidad de labia sin igual; sus modales resultan impecables ante toda situación, una caballerosidad impropia de un sádico asesino semejante. Mantiene el respeto ante todo, considerando impropio de alguien de clase alta el utilizar improperios, incluso aunque el interlocutor sea su enemigo. Incapaz de perder la compostura, siempre atento a su entorno, listo para aprovechar la mínima ventaja que se presente. Un galán empedernido, ducho a la hora de flirtear. De fuertes convicciones y argumentos sólidos, no puede rechazar una buena discusión, una plática donde los hombres civilizados sean capaz de dejar todo para mantener vivo su ideal ante el ataque del contrario: es, en ese sentido, como un juego de ajedrez, donde cada pieza movida resulta esencial para asegurar la victoria o ser condenado a la derrota. Y no le gusta, en absoluto, perder.


―Historia


Se dice que la Muerte nació de las sombras, del caos, y que su historia comienza incluso antes de que naciese la primera luz; otros, que la Muerte nació como una sombra en sí misma, primogénito de la Noche y la Oscuridad: una reacción natural ante la Vida, un eterno oponente del pulso vital, una forma de justificar lo efímero de la existencia, de plantear los límites que habrían de separar lo divino de lo mundano; aquellos condenados a morir en apenas un divino pestañeo, y aquellos obligados a habitar este mundo por más tiempo del que cualquiera estaría dispuesto a soportar. 

Ya desde los tiempos de antaño, desde las Eras Mitológicas, se cuentan las historias de aquel que hubo de aliarse con el regente del Inframundo; de aquel enemigo jurado de Athena, de aquel engendro sombrío encargado de llevar un fin a todo lo que había sido bendecido con un comienzo. Desde los albores de la existencia misma, Thánatos se presentó como la antítesis de la esperanza, de la vida y el amor; un Dios nacido para sesgar insignificantes vidas mundanas, para reclamar la vida de aquellos que no la merecían, para acabar con cualquier atisbo de esperanza que pudiese albergarse en el corazón de sus víctimas: pues la Muerte es implacable, y no comprende términos como la misericordia o el perdón.

Innumerables son las leyendas que narran las aventuras de aquel destinado a cortar los hilos vitales de los hombres, una figura tan odiada como respetada en tiempos de antaño, allí donde la mitología imperaba en los corazones de los mundanos, aquellos desdichados seres dejados a merced de un insondable Destinos. Pero pocas son las anécdotas que lo acreditan en toda su magnificencia, aquel cuyas palabras han caído en el olvido, perdidas entre las páginas de una historia que ya nadie puede recordar, en libros que han existido desde los albores de la humanidad, tan antiguos como la Oscuridad misma. Pero la Oscuridad es incapaz de olvidar; tan solo se limita a esperar, con una interminable paciencia, un silencio expectante, el momento preciso en el cual volverse a manifestar.

Muchas fueron, pues, sus desventuras; largos los años que pasó en cautiverio, su alma sellada en lo más profundo del olvido. Un castigo por haber jugado con fuego, por haber subestimado al enemigo; una retribución justa para quien había sembrado el caos y cosechado miseria: tan ansioso por hacerse de nuevo un nombre entre los espíritus mundanos, por ser recordado y temido por quienes habían olvidado su figura, había sido en cambio condenado a la eterna expectativa, a la terrorífica contemplación, recluido en una prisión al margen del tiempo mismo. ¿Por cuántos años hubo de estar allí, en silencio, aguardando la oportunidad de resurgir? ¿Cuántas noches había pasado planeando, contemplando, moviendo en silencio las fichas de aquel ajedrez universal que solo existía en su cabeza? Una y otra vez repasó los movimientos y desarrolló sus consecuencias; una y otra vez analizó los resultados, puliendo cualquier aspereza que pudiese resultar su inevitable llegada. 

Sin embargo, cuando por fin hubo de volver, ya el Mundo mismo no era igual; las generaciones habían cambiado, y los guerreros mismos ya no eran iguales a los que conocía. Los valores eran diferentes, y su plan simplemente no tenía cabida en este nuevo panorama. Sin embargo, demasiado orgulloso como para admitir sus fallas, y demasiado decidido como para echarse atrás, continuó con aquello que en su mente ya se había formado, su fatídico plan para completar aquella dominación que una vez le había sido negada. Y que, una vez más, le terminó siendo ajena: apenas una idea que jamás pudo concretarse, una deuda pendiente con la humanidad.

Su cuerpo había muerto, pero su alma no había sido sellada; en tiempos de antaño, sus adversarios habían tomado las precauciones pertinentes, y además de haber destruido su recipiente, habían encomendado su alma al olvido y la penitencia, recluyéndolo en lo profundo de una caja: pero ahora, su esencia vital, su oscura influencia, fluía libre por el mundo. En silencio vagó por los confines de la tierra, recuperando fuerzas, buscando algún nuevo recipiente indicado para renacer cuando la hora indicada hubiese de llegar, cuando la Oscuridad misma tapase el Sol y le permitiese engendrar un nuevo cuerpo.

Y así, en 1984, los astros por fin estuvieron en posición para empezar su nuevo plan. El veintidós de noviembre de aquel nefasto año, los mundanos pudieron apreciar cómo la Luna comenzaba a tapar con su figura los rayos del Sol; poco a poco, el día se convirtió en noche, y la Luz en Oscuridad. se dice que aquel suceso ocurrió en apenas unos pocos minutos, alcanzado su punto máximo y tapando completamente la luz solar durante dos minutos. Pero ese efímero período fue suficiente para que un pequeño diese su primera bocanada de aire, para que abriese sus inocentes ojos y no viese otra cosa más que Oscuridad: y la Oscuridad también lo vio, contemplando los intentos del infante de mantenerse con vida, un intento que pronto probó ser en vano. 

El cuerpo era débil; sus pequeños brazos se mantenían exánimes, su boca cerrada en un silente gesto. Todos en la sala esperaban su llanto, pero sus ojos no se movían: estaban clavados en la nada, fríos, vacíos, muertos. El brillo de sus orbes se había apagado, o más bien, parecía que nunca se había encendido en primer lugar. La llama de la vida había abandonado su pequeño cuerpo, quedando nada más oscuridad, silencio. Pero la Oscuridad, en su estado más fuerte durante aquellos dos efímeros minutos, decidió que aquel cuerpo podía servirle: un cuerpo sin alma, sin vida, dedicado enteramente a la Muerte, nacido en las sombras de un eclipse, sus ojos todavía ajenos a la Luz de la vida. Y en un acto de compasión, o en uno de absoluto interés personal, llenó el vacío de su alma con la pútrida esencia de la Oscuridad, de la Muerte, aquella que se rehusaba a morir y caer en el olvido. El pequeño quedó marcado, y aunque sus ojos nunca obtuvieron el brillo vital propio de la humanidad, su llanto colmó de pronto la sala. La Muerte había devuelto una vida: una que sería enteramente dedicada a ésta, como una inversión, como una semilla que eventualmente le daría sus frutos. Después de todo, Thanatos no hacía nada que no pudiese serle redituable. 

Los años pasaron, el tiempo haciendo mella en aquel cuerpo humano que había sido bendecido, o maldecido, con el don de la vida tras la muerte, de la existencia después de un prematuro final. El pequeño creció, su desarrollo seguido de cerca con sumo interés, divisando en él las cualidades necesarias para pasar, eventualmente, a la siguiente fase del plan. Incluso desde su tierna infancia, aquel muchacho se manifestó como una entidad diferente: su corazón no latía con inocencia, sus ojos no veían la bondad en las personas. Tan solo sabían apreciar la hipocresía, la falsedad de la gente, la efímera paz que reinaba. Y desde muy joven fue consciente de que aquella máscara de armonía y tranquilidad habría de caerse, incluso sin saber del todo quién o qué sería el encargado de destruirla.

El infante creció para ser un adulto, cultivado en las sombras de la sociedad. Una flor que crecía alejada de la luz, sin necesidad alguna de aquel afecto que todo humano consideraba esencial para su vida. Desde muy joven comprendió que no dependía de nada, ni de nadie: que los vínculos que tenía no eran más que cadenas que le ataban, que le impedían ser verdaderamente libre. Familia, amigos, amor: todo tan desechable, tan irrelevante, tan perjudicial para los hombres que buscasen ser algo más que simples peones en un juego ajeno. Durante años buscó la manera de liberarse de aquellas etéreas cadenas, de eliminar todo lo que le ataba a su debilidad.

Ahí fue cuando llegó la voz; una voz gutural, casi demoníaca, pero infinitamente bella, seductora. Parecía provenir del aire, traída a él como un hermoso susurro del viento, una promesa de liberación que el Destino mismo le proveía. Una oportunidad como ninguna otra, que le decía había sido creada específicamente para él, para que lograse cumplir con el objetivo para el que había nacido. Pero no podía simplemente acceder a lo que la voz le pedía: no iba en su naturaleza. Debía planear con cautela y asegurarse que la ejecución fuese perfecta. La voz no aceptaba errores.

Encontrar pretextos le fue sencillo; suyo era el don de la palabra, su prosa impecable, y su angelical rostro no parecía portar maldad alguna, su doble intención bien oculta en lo profundo de su ya corrupta alma. Reunió a toda su familia en aquel lugar al que osaban llamar hogar, pero al que nunca había pertenecido del todo. Proveerles de comida y bebida fue apenas una excusa, un medio para que todos y cada uno de ellos incorporase el sedante en su cuerpo. Uno a uno fueron cayendo en un sueño del que, sabía, no habrían de despertar.

Cuando el último integrante de su familia hubo de caer en las puertas del reino onírico, decidió que era hora de comenzar con la última fase. Una única chispa fue necesaria para encenderlo todo, para dejar que el Averno mismo se desatase dentro de su hogar. Una parte de su mente le decía que debía huir mientras podía, pero la otra le instó a quedarse allí, entre los cuerpos dormidos, mientras todo se incendiaba. Caminó hasta la puerta, habiendo trabado ya toda otra posible salida, y se recostó en el marco de entrada, sintiendo el reconfortante calor de las llamas.

Algunos pocos tuvieron la desdicha de despertar, y se vio obligado a cerrar la puerta, quedando él del otro lado, bloqueando su apertura. Sentía los débiles golpes provenientes del otro lado, los sutiles pedidos de clemencia, que luego se convirtieron en el llanto de algunos y los gritos de desesperación de otros. Acercó el oído a la puerta, para escuchar mejor, y con una ligera sonrisa esperó hasta que el último coro de dolor hubo de terminar, hasta que la última voz de aquella hermosa sinfonía hubo de caer en el silencio. Se alejó unos pasos, y cruzado de brazos, observó cómo todo lo que le ataba se consumía en las llamas de la liberación, de la purificación.

Las cenizas se elevaron, como un humo más espeso, denso, que voló hacia él. Pero no le temía: sabía lo que aquello significaba. Era su premio por haber servido bien. Aspiró el humo, dejando que éste entrase en su cuerpo, su alma, y lo tiñese de aquella oscura esencia. El oscuro humo lo rodeó, pegándose a su cuerpo como virutas, hasta que quedó cubierto de aquella fina capa de oscuridad: una capa que pronto se hizo más densa, más pesada, más sólida. Alas sombrías brotaron de su espalda, de su armadura, casi haciéndole parecer un demonio, o un ángel caído. Se miró a sí mismo, admirando aquella nueva armadura que brotaba de la mismísima ceniza, de las sombras, de lo que había quedado de la destrucción y la muerte. Y cuando por fin se dignó a reír, no escuchó su risa, sino la de aquella voz demoníaca que una vez le había aconsejado, y que ahora le había ofrecido la liberación.

Por primera vez se sintió vivo, una vitalidad ajena invadiendo su cuerpo. Por primera vez sintió que sus ojos brillaban, tenues, contemplativos. Y tuvo la seguridad de que ahora todo sería diferente, de que ahora tendría la oportunidad de hacer las cosas como debían hacerse. Se apodó a sí mismo Kyrios, pues ya nada quedaba de aquel muchacho que había nacido muerto. Ahora tan solo era un cuerpo, un recipiente para una voluntad mayor, más poderosa, más oscura. 

Había nacido de la muerte, y ahora la Muerte reclamaba su vida para renacer. Una vida que ofreció con gusto; después de todo, ahora él era la Muerte. 

―Extras


» Adoptó, tras haber reencarnado, el nombre de Kyrios Aristónikos. Kyrios, en griego, se traduce como «Señor», usado para referirse habitualmente a Dios. Aristónikos, por su parte, es una combinación de dos palabras griegas: Aristo, con el significado de «Mejor», o «Máxima», y Nikos, de Niké, «Victoria». Un juego de palabras que se traduciría, vagamente, como «Máxima Victoria», en relación al hecho de que nadie puede ganarle a la Muerte.

» La armadura que posee se adaptó a la contextura mortal que habita. Es una armadura pegada al cuerpo que ofrece protección en todo ángulo excepto la cabeza y las alas, pues no cuenta con casco alguno. Es de un matiz negro como la noche, y aunque es fina para permitir movilidad, resulta extremadamente resistente, como todas las armaduras propias de las divinidades. Unos diseños grisáceos recorren toda la extensión del pecho de su armadura, 

» Su aura, cuando demuestra su potencial, demuestra cualidades enteramente sombrías, pero si bien está formado por oscuridad pura, ésta presenta un color más grisáceo, pálido; esto sucede como un guiño directo al hecho de que todos los cadáveres presentan la misma palidez, y que el mismísimo recipiente actual nació muerto, siendo rescatado por la misma Oscuridad que ahora le posee.

» Desprecia las armas de fuego: considera que, si bien son útiles, son demasiado efectivas. Su interés es disfrutar del combate, y no solo eso, de hecho de quitar lentamente una vida. Por eso, su predilección son las armas blancas, especialmente las espadas y las dagas, siempre portando ejemplares de ambas consigo, con las que posee una maestría excepcional. 

» Nació el veintidós de Noviembre de 1984, el día en el que hubo un eclipse total de Sol, justo en el momento en el cual el eclipse estuvo en su máximo punto, que duró exactamente dos minutos. Ese fue el momento en el que quedó marcado para ser la reencarnación de Thanatos, y este hecho fue el que le permitió sobrevivir al parto, pues en un principio se creyó había muerto, y estuvo a punto de ser declarado como fallecido por los médicos. Cree que tiene un gusto y fascinación sin igual ante la noche y las sombras debido al hecho de que lo primero que vio al nacer fue oscuridad y al Sol mismo ser tapado por la penumbra. 

―Registro

● Nombre Original: Luficel
● Anime - Manga - Artista - Juego: El ShaddaiAscension of the Metatron

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Mensaje por Killias Lun Jul 25, 2016 3:17 am

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